Ubicado en el Altiplano central mexicano a 2 600 metros sobre el nivel del mar, el municipio de San José Teacalco se sitúa en un eje de coordenadas geográficas entre los 19 grados 20 minutos 09 segundos latitud norte y 98 grados 03 minutos 52 segundos longitud oeste.

Localizado al oriente del estado, el municipio de San José Teacalco, colinda al norte con los municipios de Cuaxomulco y Tzompantepec, al sur y al oriente colinda con el municipio de Huamantla, asimismo al poniente colinda con los municipios de Contla de Juan Cuamatzi, Santa Ana Chiautempan y San Francisco Tetlanohcan.

La información sobre San José Teacalco es escasa. En los padrones del siglo XVI que ha publicado el CIESAS, no aparece ni dentro ni fuera de los correspondientes a la cabecera de Tizatlán, donde se encuentran los de San Salvador Tzompantepec, municipio al que perteneció hasta años recientes.

Lo anterior indicaría que San José Teacalco es una población fundada en años posteriores a la conquista española. El diario El Sol de Tlaxcala en la serie de suplementos monográficos que publicó en 1996, señala que las primeras casas datan de 1876, fecha muy cercana a los acontecimientos de finales de la Reforma y de principios del Porfiriato.

El citado periódico comenta igualmente que San José Teacalco se fundó con personas que fueron llegando a la hacienda de San Antonio Cuaxomulco y de San Bartolo Cuahuixmatlac, sin tener mayor información sobre la fundación o formación de la población.

Sin embargo, de las 209 escrituras que datan de 1572 a 1597 y se encuentran en el Archivo de Tlaxcala, 35 corresponden a arrendamientos, y entre estos se encuentra la estancia de Teacalco, conjuntamente con los de Amalinalco y Mazatepeque. Este dato permite asentar que cuando menos a finales del siglo XVI, Teacalco era una estancia donde pastaban rebaños o hatos de ganado mayor. Posteriormente las tierras debieron de pasar por compraventa a colonos españoles, dejando de ser propiedad del Cabildo de la ciudad de Tlaxcala, porque a fines del siglo XVI dos haciendas comienzan a extenderse en el territorio que hoy ocupa el municipio de San José Teacalco: la de Tlacotepeque y la de Totolquexco.

Isabel González Sánchez indica que la hacienda de Tlacotepeque hacia 1712 era propiedad de don Joseph Romano Altamirano Nájera y Becerra, dueño también de las haciendas de Cobalonja, Tlajalotepeque y Topisaque en el partido de Apizaco. La investigadora citada la hace aparecer dentro de los límites del partido de Apizaco, por que es muy probable que los funcionarios de la época se hayan confundido situándola en el partido donde se encontraban las demás propiedades de don Joseph Romano. Sin embargo, cuando tratamos de localizarla en el mapa de haciendas y ranchos de Tlaxcala que elaboró la investigadora del INAH, para el año de 1712, no se localizó, por lo que se pensó que tal vez se encontraba en los límites del partido de Apizaco con el de Huamantla, o bien en esta última, al que pertenecían las poblaciones de Cuaxomulco y Tzompantepec. Poblaciones a las que perteneció San José Teacalco.

En cambio, la autora citada no presenta ninguna información sobre la hacienda de Totolquexco, pero si la ubica en el mapa de haciendas y ranchos de 1712 en el partido de Huamantla, anteponiéndole el nombre de Santa Isabel.

De estas informaciones fragmentarias se deduce que las haciendas citadas ya estaban bien establecidas cuando la Corona les solicitó a sus súbditos novohispanos dueños de haciendas y ranchos, el donativo gracioso de 100 pesos para las primeras y 50 pesos para los segundos, con objeto de dilapidarlos en la Guerra de Sucesión del trono español a la muerte de Carlos II. Este había dejado como heredero a Felipe V duque de Anjou, pero otros pretendientes le disputaban ceñir la Corona.

Es probable que la hacienda de Tlacotepeque haya desaparecido en el transcurso de los años; sin embargo, actualmente el edificio de Santa Isabel Totolquexco se encuentra en ruinas, sobre la carretera que va de San José Teacalco a La Malinche. De las informaciones que se recabaron con el presidente municipal Sr. José Nava Montiel, sabemos que en tiempos de la Colonia fue una pujante hacienda agrícola cerealera, que debió ser fundada a fines del siglo XVI.

En su momento de mayor esplendor, sus dueños trazaron una amplia construcción con dos patios interiores, bardeados por una bella arquería en piedra con viguería ricamente labrada. Tenía asimismo amplias habitaciones interiores y una esbelta capilla con esculturas y óleos religiosos, que hablan de la magnificencia de la hacienda.

Fuera de la traza principal se encontraban la troje y los silos donde se guardaban los cereales que se comercializaban en las plazas de Puebla, México y Pachuca. Los corrales donde se guardaba el ganado de tiro, yunta y trilla, además del ganado menor y las calpanerías para los gañanes.

Pero los hacendados que lograron ocupar el suelo tlaxcalteca que en un principio les estaba vedado, pronto empezaron a disputarles a las viejas casas señoriales prehispánicas la mano de obra indígena que les hiciera producir la tierra.

La mano de obra indígena fue escasa en los primeros años de la conquista, tanto por los decesos que ocurrieron como consecuencia de la participación tlaxcalteca en la toma de Tenochtitlán y posteriores campañas de pacificación, como por las epidemias que diezmaron a la población que no era inmune a las bacterias que llegaron del viejo mundo. Por otra parte, la colonización de la gran chichimeca con tlaxcaltecas y la fundación de colonias en el interior de la Nueva España, contribuyeron a un descenso de la población.

Descenso que a su vez dejó enormes extensiones de tierras incultas que la nobleza no pudo cultivar con los escasos tributarios a su servicio. En algunos casos, las autoridades coloniales optaron por reunir a la población dispersa en congregaciones mayores para hacer más fácil su vigilancia y su adoctrinamiento, provocando a su vez el abandono de tierras. Espacios que fueron cubriendo los estancieros españoles que más tarde se transformaban en hacendados.

Las haciendas y la administración colonial presionaron a los pueblos y sus barrios adosados inmediatamente al centro del poblado o a una distancia variable, para que cedieran las tierras, provocando el abandono total o parcial de las mismas. La emigración cuando el fundo legal era insuficiente para el sostenimiento de la población, el cual poco a poco se iba recuperando, también dio origen a nuevas poblaciones.

San José Teacalco debió fundarse en las inmediaciones de las haciendas citadas, cuando habitantes de San Luis Teolocholco y de San Antonio Cuaxomulco fueron obligados a salir de las mismas, ante la presión de la población sobre los recursos agrícolas disponibles. Las primeras familias que se establecieron en el sitio donde ahora se encuentra San José Teacalco fueron de apellidos Vázquez y San Luis. Este último lo tomaron del lugar de procedencia, San Luis Teolocholco.

¿Pero cuándo se fundó San José Teacalco? No existe acta de fundación. Incluso la tradición oral considera que para 1780 se tienen las primeras noticias de la población. Sin embargo, en contradicción con esa fecha, los expertos del INAH que elaboraron el Catálogo de Monumentos de Tlaxcala, señalan que la iglesia actual de San José Teacalco se comenzó a construir en el siglo XVI, aunque posteriormente ha sufrido modificaciones.8 Con esta información y con la que se dispone de las haciendas, es posible concluir que San José Teacalco fue una fundación colonial de fines del siglo XVI, como barrio adyacente a San Antonio Cuaxomulco, dentro del tenientazgo de Huamantla.

Las relaciones de la nueva población colonial con las haciendas vecinas no fueron fáciles. Los pobladores de San José Teacalco necesitaban trabajar temporalmente en calidad de tlaquehuales en las haciendas, para obtener recursos monetarios con los que debían solventar las obvenciones religiosas por los servicios de la liturgia católica como misas, rosarios, bautizos, matrimonios y defunciones, que durante un largo tiempo tuvieron que recibir en San Antonio Cuaxomulco, en tanto terminaban de construir la iglesia de la nueva fundación. Aparte de cubrir las obvenciones, era evidente que la economía en el transcurso de la vida colonial fue evolucionando, profundizando su carácter mercantil.

La haciendas de Tlacotepec y la de Santa Isabel Totolquexco, tenían sus trabajadores de planta llamados gañanes, quienes vivían permanentemente en las mismas conjuntamente con sus familias, pero en los periodos de mayor actividad estacional como la siembra, la escarda, y la cosecha, requerían de mano de obra adicional que provenía de San José Teacalco. Por otra parte, la autosuficiencia de las haciendas no incluía ciertos oficios como herreros, albañiles, carpinteros, etc., que sí existían en la población y que eran llamados con frecuencia a las fincas. Esta además requería de mano de obra adicional para la construcción de cercas, puentes y caminos.

Los tlaquehuales se contrataban directamente con los administradores de las haciendas por un periodo de tiempo o tarea determinada, cobrando en promedio un real y medio diario por jornal, más la correspondiente ración alimenticia, que equivalía a medio real. Sumando ambas cifras se llega a la conclusión de que el jornal equivalía a dos reales diarios. Una vez concluido el tiempo contratado, el tlaquehual regresaba nuevamente a San José Teacalco.

Los gañanes de las dos haciendas habían sido reclutados mediante el endeudamiento y con la promesa de que la hacienda pagaría el tributo que cubría al dejar su pueblo. En la práctica se trataba de una reminiscencia de la servidumbre feudal, al considerárseles adscritos a la finca conjuntamente con su esposa e hijos. El salario en teoría era de 28 reales por treinta días de trabajo, más una fanega de maíz mensual, con valor de ocho reales, lo que significaba en teoría un salario de 36 reales.

El derecho de pernada que ejercían los señores feudales, heredadas de sus antepasados europeos, fue trasladado a las haciendas de Tlacotepec y Santa Isabel Totolquexco, sin que el gañan pudiera protestar por semejante abuso y en contra de la voluntad de la mujer. Esta a su vez, era ocupada para los quehaceres domésticos sin que se le cubriera ningún jornal. Las hijas de los gañanes desde que tenían siete años hasta que se casaban, también servían en la casa grande, sin recibir emolumento alguno. Cuando los amos eran generosos, les obsequiaban algún vestido con valor de cuatro pesos.

Los hijos de los gañanes desde su tierna infancia, comenzaban sirviendo como pastores y de apoyo en otras actividades que ejecutaban las personas mayores. Cuando eran remunerados se les asignaba un jornal de seis reales, sin ración adicional, por 30 días de trabajo. En la medida en la que los infantes varones crecían, se les incrementaban las tareas y los jornales, sin que sobrepasaran los 10 o 12 reales por los 30 días, pues los administradores y hacendados los anotaban en los libros no como gañanes, sino simplemente, como muchachos. Para pasar de esta condición laboral, a gañanes, los “muchachos” deberían de casarse.

Cuando los pastores no se aplicaban en sus actividades pastorales y se extraviaba algún animal, el administrador se los cargaba a la deuda de su padre. El gañan por las deudas anteriores y por las que adquiría en el transcurso de su vida nunca dejaba de ser deudor.

Después de que el gañan había dejado sus energías y sus sueños en el monótono trabajo que había enriquecido al hacendado, además del trabajo de su mujer y de sus hijos, y llegaba al final de sus días, el administrador elaboraba a su antojo la suma de las deudas que dejaba el difunto con la hacienda. La cuenta ficticia o no, terminaba cargándose a la viuda y a los hijos, reproduciendo gratuitamente de esta manera la fuerza de trabajo requerida por el interés del hacendado.

La vida no tenía ninguna perspectiva para los pueblos, ni para gañanes o tlaquehuales, sólo la esperanza de la gloria en el más allá podía mantener un rasgo de espiritualidad en estos miserables.

Para los tlaquehuales de San José Teacalco y los gañanes de las haciendas de Tlacotepec y de Santa Isabel Totolquexco, pasó desapercibida la reforma borbónica que incorporó a Tlaxcala como un Distrito más a la Intendencia de Puebla.

Cuando Carlos III emite la Ordenanza de Intendentes, por medio de la cual desaparecían las Provincias y en su lugar se organizaba la Nueva España bajo el modelo francés de Intendencias, con una nueva burocracia alejada de los intereses locales para substituirla por una eficiente afín a la Corona, con el propósito de garantizar el incremento de las rentas.

La vieja clase política indígena representada en el Cabildo de Tlaxcala, se alió de inmediato con el gobernador español Francisco de Lissa e inició una campaña contra el despojo de la autonomía y la identidad de Tlaxcala.

Las autoridades españolas desde el virrey Antonio de Mendoza, hasta el visitador José de Galvez, fueron autores de un conflicto innecesario que se prolongó por muchos años entre dos entidades: Puebla y Tlaxcala. Pues la primera iba a insistir posteriormente en incorporar la segunda a su territorio.

Carlos III hizo algunas concesiones a los reclamos de Tlaxcala, pero no fue sino hasta que ascendió al trono español Carlos IV, que la monarquía accedió a las demandas de Tlaxcala. El rey emitió una cédula real en Aranjuez con fecha 2 de mayo de 1793, declarando que el gobernador de Tlaxcala no sería ya subdelegado del intendente de Puebla, ni estaría sujeto a él, sino única y directamente al virreinato de la Nueva España.

No existen suficientes referencias que indiquen cuál fue la reacción de San José Teacalco, ante la invasión napoleónica a España, o si la noticia llegó a la población.

La revolución de Ayutla hizo revivir en los pobladores de San José Teacalco la indignación ante las tropelías de Santa Anna, quien había agotado la paciencia de los mexicanos. Sólo la llegada de Benito Juárez hizo renacer la fe en los gobernantes y en los liberales que habían reconocido con la Constitución de 1857, la calidad de Estado Libre y Soberano de Tlaxcala dentro de la Unión. Juárez, para los habitantes de San José Teacalco reencarnaba la grandeza de los antiguos mexicanos y la férrea voluntad de no sucumbir ante los infortunios del exterior.

Antonio Carvajal, el guerrero de Apetatitlán, obtuvo la simpatía de los habitantes de San José Teacalco, y no pocos de ellos lo siguieron en su lucha contra el imperio.

A la fecha, aún no se tienen referencias de que hayan sucedido enfrentamientos bélicos en el territorio de San José Teacalco, durante la Guerra de Intervención Francesa. Lo que no excluye que varios de los josefinos de Teacalco, como ya se ha señalado, hayan contribuido con las armas en la mano a la caída del imperio.

Con el ascenso de don Miguel Lira y Ortega a la gubernatura de Tlaxcala, se empieza a notar algunos cambios en el escenario tlaxcalteca.

Hacia 1880 la población de San José Teacalco mostraba un crecimiento poblacional importante para su época, y después de cien años de ser considerado como un barrio de Cuaxomulco, pidió a esta población un deslinde entre ambas poblaciones. La solicitud fue presentada por don Benito Carcaño. No se sabe que sucedió, pero es probable que los habitantes de la cabecera se opusieran a la solicitud, lo que trajo como consecuencia que San José Teacalco se adhiriera al municipio de Tzompantepec.

Con mayor comprensión de las autoridades, San José Teacalco fue conformando cuatro barrios: Tlacohya, Tepetzila, Achichipic y Gallardota.

San José Teacalco resintió las consecuencias de la Revolución Mexicana. Las simpatías que externaron sus habitantes en favor de don Francisco I. Madero y el movimiento antirreeleccionista, provocó que las fuerzas federales de la dictadura se llevaran a no pocos josefinos de Teacalco como leva. La mayoría de ellos en cuanto pudo desertó del ejército federal y se dio de alta en las filas maderistas.

La población recuerda con afecto a los maderistas Ismael, Pablo, Francisco, Lucas, Crispín y Lorenzo Cervantes, así como a José Luis San Luis, quien sin pensarlo un momento, se incorporaron a los contingentes revolucionarios que se organizaron y atrincheraron en La Matlalcuéyetl.

No se sabe si estos valientes josefinos de Teacalco regresaron a su pueblo o si sucumbieron en la lucha.

Los más viejos de la población recuerdan que la gente sufrió mucho durante la Revolución, pues la caballada consumía los granos que escaseaban para la población.

Después de la lucha de facciones, que emergió entre los principales jefes revolucionarios, tanto a nivel local como nacional, Teacalco entró en un periodo de reconstrucción y de reconciliación entre arenistas y rojistas.